Desde que se posesionó en enero de este año, el presidente de Brasil, Jair Bolsonaro, se ha mostrado abiertamente en contra de las principales causas medioambientales. Incluso, tanto él como varios integrantes de su gabinete han puesto en duda la existencia del cambio climático y de sus implicaciones, hasta el punto de insinuar que es un discurso con matices políticos e ideológicos de la oposición. Esta visión negacionista del cambio climático va muy de la mano con la que tiene el presidente estadounidense Donald Trump, la misma que lo llevó a romper con el Acuerdo de París.
Pero Bolsonaro no sólo se ha propuesto negar el cambio climático, sino que además ha puesto freno a cualquier medida que desde el gobierno brasileño se pudiera adelantar para proteger los recursos naturales del país, principalmente concentrados en la Amazonía. Asimismo, ha estigmatizado la labor que por años muchas organizaciones de la sociedad civil han hecho en pro del medio ambiente y ha recortado los recursos públicos que estaban canalizados para ONGs.
Sus ataques han llegado a tal nivel que incluso se atrevió a decir, en días pasados, que los incendios en la Amazonía brasileña había sido provocados por activistas y miembros de las organizaciones.
Por otro lado, ha desconocido sistemáticamente a las comunidades indígenas que habitan esos territorios y ha puesto en peligro su cultura y modo de vida.
Muchos de sus críticos y opositores lo acusan de querer beneficiar a grandes multinacionales y privados que quieren explotar comercialmente el Amazonas, produciendo daños irreparables a su fauna y flora.
La actitud hostil del presidente Bolsonaro pone en peligro no sólo el quehacer de las organizaciones de sociedad civil y a sus miembros, sino sus vidas mismas.
El pasado 22 de agosto, la Red Latinoamericana y del Caribe para la Democracia (REDLAD), organización que hace la Secretaría Técnica del Foro Ciudadano de las Américas, publicó una Alerta en ese sentido. “El presidente brasileño criminaliza a miembros de la sociedad civil de su país, pone en peligros sus vidas y la sostenibilidad de sus organizaciones. (…) Recordemos que según informes y reportes de Global Witness y CIVICUS Monitor, el activismos por el medio ambiente se ha vuelto el más peligroso en el mundo y el América Latina, Brasil no es la excepción. Se han cobrado muchas vidas por la defensa de los territorios y la naturaleza. En 2017 la cifra en ese país fue de 46 y en 2018 de 20 activistas o líderes medioambientales asesinados”.
Desde el Foro Ciudadano de las Américas queremos respaldar la labor que han adelantado por años las diversas organizaciones sociales en pro del Amazonas y sus recursos, así como hacer un llamado de urgencia a la protección de la vida y dignidad de las comunidades indígenas que habitan ese territorio.
El Amazonas es un compromiso que nos debe unir a todos y todas, de él depende en gran parte la sostenibilidad de la región y el planeta.